(MAR CHIQUITA) A la altura del kilómetro 367 de la ruta 2, en el partido de Mar Chiquita y a tan solo 40 kilómetros de Mar del Plata, se alza el esqueleto de una antigua iglesia que, con el correr de los años, se ha convertido en un símbolo de misterio, abandono y memoria colectiva. Se trata de la iglesia de Vivoratá, una construcción que combina historia, arquitectura y leyenda.

Origen y construcción: una obra de amor y fe
La iglesia fue inaugurada el 22 de marzo de 1911, por iniciativa de Micaela Ugalde, quien la mandó a construir en homenaje a su difunto esposo, Eustaquio Aristizábal. La edificación fue llevada adelante por la empresa de Raimundo Sampini y recibió la bendición del entonces obispo Monseñor Bourdet. Su diseño no fue arbitrario: se trató de una réplica en menor escala de la Catedral de Mar del Plata, una de las joyas neogóticas de la región.
El templo contaba con tres naves, altares centrales y laterales, una cripta destinada al descanso de los fundadores y sus familiares, y una serie de elementos de gran valor: un órgano, un púlpito tallado en madera, y pilas de agua bendita traídas desde Francia.

Un centro espiritual en el corazón rural
Durante varias décadas, la iglesia funcionó como un importante centro religioso y comunitario para los habitantes de Vivoratá y zonas aledañas. Micaela Ugalde, además de su rol como benefactora de esta obra, donó también terrenos e instalaciones para la construcción de escuelas y hospitales, consolidando un proyecto social que iba mucho más allá del culto religioso.
Decadencia y abandono
El ocaso del templo comenzó en la década del 60, cuando una serie de inundaciones afectaron gravemente su estructura. Los cimientos sufrieron daños irreparables y, con el tiempo, el deterioro fue progresivo. En 1962, tras la construcción de una nueva iglesia en la localidad, el antiguo edificio fue cerrado definitivamente. La muerte de Micaela Ugalde dejó además un vacío en la gestión de los espacios donados, y el descuido fue inevitable.
Hoy, el edificio se encuentra sin puertas ni ventanas, con muros carcomidos por el tiempo y el moho, pero aún en pie como una postal fantasmal en medio del campo. Aunque ya no se celebra misa alguna, continúa despertando la curiosidad de viajeros, fotógrafos, historiadores y amantes del patrimonio olvidado.

Un patrimonio silencioso
Más allá de los mitos y leyendas que rodean su figura, la iglesia de Vivoratá representa un capítulo poco conocido de la historia arquitectónica y social de la provincia de Buenos Aires. Su existencia recuerda una época de pioneros, de fe y de proyectos filantrópicos que marcaron la identidad de los pequeños pueblos rurales.
Hoy, aunque silenciosa y despojada de su esplendor original, la iglesia aún tiene una historia que contar. En su abandono, sobrevive como un testigo mudo del tiempo, esperando que su legado sea finalmente reconocido.

